CINCUENTA Y UNO
Francisco,
la resurrección camina descalza a tu lado,
como si siempre hubiese sabido
que tus dudas no eran sino misterios disfrazados de hombre.
Fuiste Papa, sí, pero también fuiste viento,
voz, sombra de campanas al amanecer.
Y ahora estás muerto,
en ese lugar sin relojes ni ventanas,
al que todos, sin excepción, iremos a parar
con la misma sorpresa del primer beso.
No soy nadie,
apenas un suspiro arrastrado por los pasillos del tiempo,
como para sentir lo que no se me ha revelado
ni repetir frases que no me han elegido.
Sólo sé, con la certeza con que florecen los campos tras la lluvia,
que te has ido para siempre,
a esperarnos en la frontera más remota de la infinita existencia,
donde las estrellas no mueren,
sino que eternamente, duermen.
Eloy Peña.