
Mi Blog "HASTA QUE NOS ECHEN" pone nombres y apellidos a mis numerosas DENUNCIAS; por haberlas narrado sin miedos a los Poderes Establecidos en una "Partidocracia a la española" - También escribo de todo un poco a modo de vivencias, humor, poemas o gilipolleces - Me gustan las mujeres hasta desnudas - A la cárcel sólo va el que no sabe delinquir - Para terminar, nací "Rico" y moriré "Rico" - No soy el ayer, ni soy el mañana, soy sólo "el hoy" y estoy de vuelta de los ignorantes titulados.
domingo, 25 de mayo de 2025
ELOY PEÑA RICO A ESPAÑA...,.
viernes, 23 de mayo de 2025
ELOY PEÑA RICO A LA MENTIRA...,.
miércoles, 21 de mayo de 2025
ELOY PEÑA RICO EN EUROVISIÓN..,.
sábado, 17 de mayo de 2025
ELOY PEÑA RICO EN CUERNOS NO SON ASTAS...,.
CINCUENTA Y OCHO
Tú, yo y la cama...,
y, si me apuras, una almohada, ¡que para algo hay que hacer uso de todo!. Y no sólo soñamos despiertos, sino que nos proponemos agotarnos como si fuéramos maratonistas, pero sin salir del colchón. La luna nos observa, claro, porque está aburrida y no tiene nada mejor que hacer, mirando a dos locos amantes como si fuéramos un par de paletos en una película de bajo presupuesto. Pero bueno, ¿quién puede culparla? ¡A mí me pasa lo mismo con las telenovelas!
No sé si rugía la casa o si era el perro que estaba tomando clases de ópera, ¡pero sonaba como si estuviéramos rodando una película de terror! Los vecinos, que parecían haber salido de un casting para un programa de "Quién tiene los peores pijamas", empezaron a abrir sus puertas, mirando con esa cara de "¿Qué pasa aquí, que estamos en una película XXX", algunos en calzoncillos, otras en bragas. ¡Lo típico, vamos! Un miércoles cualquiera.
miércoles, 14 de mayo de 2025
ELOY PEÑA RICO EN CONTIGO Y SIN TI...,.
CINCUENTA Y SIETE
martes, 13 de mayo de 2025
ELOY PEÑA RICO EN UN MARTES TRECE...,.
CINCUENTA Y SEIS
domingo, 11 de mayo de 2025
ELOY PEÑA RICO EN POEMA AL CAFÉ...,.
CINCUENTA Y CINCO
Café. Cuatro letras que arden como un conjuro:
Caliente como los labios cuando mienten.
Amargo como la verdad dicha tarde.
Fuerte como una despedida.
Escaso como los besos que nos guardamos.
Siempre cuatro letras —como si la existencia se tejiera en hebras de sílabas contadas:
¡LO JURO!.
viernes, 9 de mayo de 2025
ELOY PEÑA RICO EN ILUSIÓN POR INTERNET...,.
CINCUENTA Y CUATRO
Pasa, muchacha del aire
El reloj de la estación aún marcaba la hora equivocada desde hacía quince años, pero eso no impidió que ella llegara puntual, como si el tiempo le obedeciera. No traía equipaje, sólo una cartera brillante y el paso firme de quien no ha sido vencida por el desencanto.
Golpeó la puerta tres veces con los nudillos de
marfil, y él, que llevaba horas esperándola sin esperanza, le abrió como si se
tratara de una aparición.
—Pasa,
muchacha —dijo—. No te quedes fuera. La noche está fría y los fantasmas rondan.
La
casa olía a eucalipto seco, a papel viejo, a café rehecho de la mañana
anterior. Era un lugar donde el tiempo se había asentado en los muebles como
polvo que nadie se atreve a limpiar por miedo a borrar los recuerdos. Ella
cruzó el umbral sin descalzarse, con la solemnidad de quien pisa un templo.
Él
la miró con una mezcla de asombro y ternura. Era más alta de lo que imaginaba,
más guapa también, con ese aire formal que no se anuncia en los mensajes de
Internet.
—No
pensé que vendrías —confesó él, acomodando la silla más firme para ella—. Pensé
que todo era una broma de esas que se hacen por la red.
—Yo
no bromeo —dijo ella, sin sonreír.
—¿Qué
tomas? —preguntó él, como un camarero de otro siglo—. Tengo Coca-Cola sin gas,
ron con historia, whisky con pena, cerveza tibia, café fuerte, o agua que ha
esperado contigo.
Ella
lo miró en silencio. No bebía. No fumaba. No sonreía. Venía por algo que no se
puede servir en vasos de vidrio ni se compra en licorerías baratas.
—¿Tú
hablabas de amor? —dijo él, casi como si preguntara por una enfermedad
extinta—. ¿Qué es amor ahora? ¿Un nuevo trago de moda?
Ella
no respondió. Había oído muchas definiciones, pero ninguna tan cínica. Entonces
él, con la voz un poco temblorosa, como quien toca una herida abierta con la
punta de los dedos, continuó:
—Si
hablas del amor breve, del que se escurre como agua entre las sábanas, hace
años que no lo práctico. Si hablas del otro, del que se queda, del que envejece
contigo, aunque no se lave los dientes, ese... ese lo gasté con la mujer que me
olvidó en una estación parecida a ésta.
Ella
bajó la mirada.
—Me
queda poco para dar —dijo él—. Tengo historias que no interesan a nadie,
compañía sin promesas, amistad sin piel. No tengo besos, ni abrazos, ni ganas.
Ya no soy de carne. Soy un recuerdo que respira.
—Y
sin embargo, hablabas tan dulce en los mensajes...
—Porque
por Internet uno es lo que quiere ser, no lo que es. Allí todavía soy joven,
próspero, encantador. Aquí soy lo que queda.
Ella
se levantó como si un viento la empujara.
—Ahora
hablas de dinero —dijo él—. Eso no lo mencionaste antes. Si lo hubieras hecho,
no habría preparado este lugar como se adorna una tumba. Yo no vendo ilusiones,
muchacha. Sólo sirvo soledad.
Ella
entendió. Guardó su voz en el bolso y caminó hacia la puerta.
—Espera
—dijo él, hurgando en el bolsillo del chaleco—. No quiero que te vayas con las
manos vacías. Toma esto.
Era
una moneda antigua, de oro puro, del año en que nació la mentira. Se la entregó
con solemnidad.
—Dicen
que vale mucho —explicó—. Pero no lo sabrás hasta que la pierdas. Yo la he
guardado toda mi vida. Hoy dejo de necesitarla.
Ella
no dijo nada. Salió como vino: sin ruido, sin promesas, sin futuro.
Y
él se quedó allí, sólo, en la casa donde ni los relojes se atreven ya a seguir
andando.
Eloy Peña.
jueves, 1 de mayo de 2025
ELOY PEÑA RICO AL PEDO...,.
CINCUENTA Y TRES
Fue hace unos días, aunque los días, cuando uno tiene la conciencia enredada con el pasado, no se cuentan como en el calendario. Era de tarde, o quizá de noche, en una casa adornada con lámparas que no daban luz, cuadros torcidos de paisajes que nadie había visto y un perfume a rosas plásticas que ofendía hasta a las flores verdaderas. Los anfitriones, una pareja más preocupada por el protocolo que por la vida, me habían invitado sin mucha gana y yo había aceptado con menos entusiasmo todavía, por aquello de no dejar pasar la ocasión de sentirme menos solo, aunque fuese por una noche.
La velada avanzaba como avanzan las procesiones aburridas: lenta, repetitiva, llena de silencios incómodos y sonrisas prestadas. Yo me refugiaba en mi copa, vacía y llena a la vez, mientras el murmullo de conversaciones sin alma giraba a mi alrededor como una mosca que no encuentra salida. Fue entonces, entre una carcajada fingida y un sorbo distraído, cuando ocurrió: el pedo. Un sonido breve, pero no tanto; tímido, pero no lo suficiente. No fue una explosión, sino una rendición.
La anfitriona, mujer de estómago contenido y alma estrecha, me miró con la intensidad de quien descubre una herejía. —¡No te da vergüenza! —exclamó, como si hubiese invocado al demonio en su sala. Y yo, con el pudor aún buscando refugio entre las costillas, le pregunté con voz de niño regañado: —¿Tú nunca te tiras pedos? Ella, erguida como estatua, respondió con una solemnidad que no merecía la ocasión: —¡No! A mí se me caen.
Volví a casa como vuelven los soldados vencidos: en silencio, con la dignidad arrugada en el bolsillo del pantalón y un par de copas habitando la lengua. Puse música que ya nadie escucha, me dejé caer en el sillón heredado de mi padre —que cruje como si él aún respirara en sus resortes—, y abrí una botella de J.B, sin hielo, porque el hielo es para los que aún tienen la esperanza de que algo se enfríe en su vida.
Encendí un cigarro, que sabía más a recuerdo que a tabaco, y me pregunté, con la melancolía entibiándome la voz:
¿Por qué se me escapó el pedo?
Y entonces, como quien toca una tecla equivocada en un viejo piano, se me desató una sinfonía de cosas que también se habían escapado.
Se me escapó la niñez, con sus medias rotas, sus zapatos sin cordones y su olor a tierra húmeda después de la lluvia. Se me escaparon los primeros amores, que eran todos el mismo disfraz con distinto perfume. Se escaparon los besos robados, los abrazos dados, y también los no dados por miedo o por orgullo.
La juventud, con sus promesas infladas y sus resacas inolvidables, también se me escurrió entre los dedos. Se me fue el primer sueldo, el primer trabajo que soñé eterno, las primeras veces de todo lo que ya no recuerdo con exactitud. Se me escaparon alegrías tan grandes que no cabían en los bolsillos, y tristezas tan densas que aún pesan en los párpados cuando llueve.
Los amigos del ayer, los que firmaban los cuadernos al final del curso con promesas de nunca olvidarse, también se escaparon. Se me fueron los vecinos que sabían mi nombre, los familiares que llenaban la mesa, las oportunidades que rechacé sin saber que no volverían. Se me fue el coche que adoraba y que odié, la casa donde nací, la que olía a sopa, a domingo, a madre viva.
Se me escaparon los trajes de las bodas, las corbatas de los entierros, los relojes que nunca marcaron la hora justa. Se me fue la timidez y, con ella, la posibilidad de ciertas historias. Se me escapó la noche de los bares, el ruido de los cabarets donde alguna vez soñé que era deseado. Se me escapó el viajar por placer, el comer sin culpa, el dormir sin pensar en el mañana.
Se me escapan las alarmas, los horarios, las fiestas que ya no celebro. Se me fueron muchas navidades llenas de ilusiones prestadas, muchos proyectos sin terminar, muchos engaños vestidos de democracia. Perdí la fe en los políticos, en los jueces, en los curas de sotana limpia y conciencia sucia.
Se me está escapando todo, incluso el tiempo, que antes corría y ahora simplemente cae, como una hoja seca. Se me escapan la memoria, los recuerdos, la capacidad de perdonar sin esfuerzo. Se me escapan los dientes, el pelo, la risa sin filtro. Se me escapa la paciencia, la bondad, el respeto que antes creía natural.
Y sin embargo, hay algo que no se ha escapado. Los que me quieren. Los que quiero. Esos siguen aquí, a pesar de todo. Con ellos, el alma aún encuentra dónde sentarse a descansar.
Entonces apagué el cigarro, miré la luna que colgaba torpemente del cielo como un farol olvidado, y me dije:
¿...Qué importa el pedo escapado,
. si ya se me ha escapado casi todo...?
Eloy Peña.