domingo, 25 de mayo de 2025

ELOY PEÑA RICO A ESPAÑA...,.

SESENTA Y UNO
 Mientras en las Españas
seamos como somos
nunca dejaremos de ser
 odiadas marionetas.

Pues en los genes llevamos
ignorancias controladas
fanatismos enfermizos
más envidias heredadas.

Nuestras guerras son de siempre
con armas y sin armas
en dictaduras y partidocracias
el que no engaña nunca gana.

¡BASTA YA DE MIERDAS!
por injusticias y patrañas
porque el País merece
volver a ser ¡ESPAÑA!.
Eloy Peña.

viernes, 23 de mayo de 2025

ELOY PEÑA RICO A LA MENTIRA...,.

 SESENTA
La mentira,
junto a la ignorancia y la muerte
son las únicas verdades
en esta vida.

Por ello,
triunfa la injusticia
la desigualdad y la picardía
para que tú cruz no sea la mía.

Entre sueños y pesadillas
penas o alegrías
suertes buenas y malas
en odios o en amores.

Caminos y ríos
que en el mar terminan
con subidas o bajadas
a pasos y corriendo.

Porque lo verdadero
se alimenta de dudas y de misterios
que están más allá de los cielos
algo que no llegamos ni podemos.

Mañana será otro día
que sume o reste
en el ciclo de nuestras vidas
las vuestras también la mía.
Eloy Peña.

miércoles, 21 de mayo de 2025

ELOY PEÑA RICO EN EUROVISIÓN..,.


 
CINCUENTA Y NUEVE
El poema despierta
al alma dormida,
mientras pasa el tiempo
con sus noches y días.

Pues la vida es mentira
que en muerte termina,
por misterios y dudas
será tuya o mía.

Se matan o les matamos
con miserias y guerras,
pues nos ciegan
como armarios cerrados.

Cada uno a lo suyo
sin ser nada nuestro,
ni siquiera la canción
 camuflada en Eurovisión.

Concurso de ignorantes
con los judíos como amantes,
terrorismo para niños
mujeres y olvidos.

Se aleja la palabra
junto al viento y las nubes,
los animales se asustan
entre tantas patrañas.
Eloy Peña.

sábado, 17 de mayo de 2025

ELOY PEÑA RICO EN CUERNOS NO SON ASTAS...,.

 

             CINCUENTA Y OCHO

Tú, yo y la cama...,

y, si me apuras, una almohada, ¡que para algo hay que hacer uso de todo!. Y no sólo soñamos despiertos, sino que nos proponemos agotarnos como si fuéramos maratonistas, pero sin salir del colchón. La luna nos observa, claro, porque está aburrida y no tiene nada mejor que hacer, mirando a dos locos amantes como si fuéramos un par de paletos en una película de bajo presupuesto. Pero bueno, ¿quién puede culparla? ¡A mí me pasa lo mismo con las telenovelas!

La dejé dormida,
sin ropa, claro, porque ¿quién necesita ropa cuando se puede dormir desnudo y libre, como el buen sentido común? Estaba destapada, como mi cuenta bancaria después de una semana de gastos. No quería despertarla mientras me marchaba, no vaya a ser que la despertara y empezáramos a hablar de esas cosas que hacen que las parejas se miren como si fueran dos extraños en un tren... ¡y no es un tren con destino a Disneylandia!

Salí camino de casa,
y claro, los míos me esperaban, como si fuera Navidad, pero sin los regalos, y con menos emoción. Las estrellas brillaban... o eso creía, porque ya ni siquiera sé si las estrellas son estrellas o si es mi vista que se está convirtiendo en una lámpara de 15 vatios.
Cuando llegué a casa, ¡oh sorpresa! No tenía llaves... ni tampoco una copia, ni el número de teléfono del cerrajero, ni siquiera un buen motivo para seguir insistiendo en la puerta. ¡Nada! Así que, en un arrebato de ingenio digno de un genio de la lucha libre, pegué una patada a la puerta como si fuera una escena de acción... hasta que saltó la alarma, claro, porque las puertas y yo no nos llevamos bien desde el día que intenté abrir una con el dedo meñique.

No sé si rugía la casa o si era el perro que estaba tomando clases de ópera, ¡pero sonaba como si estuviéramos rodando una película de terror! Los vecinos, que parecían haber salido de un casting para un programa de "Quién tiene los peores pijamas", empezaron a abrir sus puertas, mirando con esa cara de "¿Qué pasa aquí, que estamos en una película XXX", algunos en calzoncillos, otras en bragas. ¡Lo típico, vamos! Un miércoles cualquiera.

Entonces, mi amor,
saliste a la escalera con esa gracia que sólo se ve en las películas de terror, pero sin la banda sonora. Las legañas todavía colgaban de tus ojos como si fueran piezas de arte moderno, y en tu mano, una faja. ¡Sí, una faja! Parecía que ibas a hacer un discurso de campaña política a la española, o a iniciar una protesta por los derechos de las fajas, no sé. Pero claro, ¡nada dice "te amo" como una faja sucia en la mano!

Mi querida suegra,
sin la peluca puesta, lo cual ya te deja claro que el día no estaba siendo bueno para nadie. Su dentadura despegada daba más sustos que una película de suspense, y a mis muertos los nombraba como si fueran los protagonistas de un programa de televisión. ¡Te juro que hasta yo me asusté, y eso que soy un tipo que ve todo con humor!

Gritaban los niños,
los perros ladraban como si fuera la hora del "gran concierto", y yo ya estaba tan cansado que pensé en retirarme a la cama como un boxeador después del 15º round. No es que estuviera derrotado, pero las fuerzas se me escapaban como el aire de un neumático pinchado.

Me gusta el silencio,
ya sabes, el tipo de silencio que se da cuando todos dejan de gritar, cuando las quejas cesan, y hasta los perros se quedan sin palabras (lo cual es raro, porque siempre tienen algo que decir). Mi mujer a mi lado, con esa mirada de "¿A qué hora hacemos el amor?"... Pero, la verdad, querido, ya no tenía ganas. La energía había salido de mi cuerpo con la misma velocidad con la que se va el sentido común en una fiesta.

No soy un semental,
¡y mucho menos un queso suizo! Porque, francamente, no tengo agujeros por ningún lado (al menos no en la parte que interesa). Sólo soy un hombre de cama, y no porque me guste tanto dormir, sino porque es donde más cómodo me siento... hasta que alguien me llama, claro. Si alguien me llama... y si la llamada es importante, porque si es para venderme un seguro, no contéis conmigo.
 Eloy Peña.

miércoles, 14 de mayo de 2025

ELOY PEÑA RICO EN CONTIGO Y SIN TI...,.

 

CINCUENTA Y SIETE

Hubiese bastado una mirada tuya en una tarde sin tiempo para que todo mi pasado se justificara, como se justifican las estaciones en Benidorm sin necesidad de relojes ni calendarios. Una sola cosa, apenas una, habría querido yo de esta vida prestada:
 haberte conocido.

Ahora que los almanaques amarillean en las paredes, y los relojes parecen dar vueltas hacia atrás, como si quisieran remediar lo irremediable, no me queda más remedio que rendirme. No ante el olvido, porque el olvido no se atreve conmigo, sino ante la certeza de que en esta vida, tú y yo fuimos apenas dos puntos cardinales
 destinados a no cruzarse nunca.

Nunca supe —ni sabré— si alguna vez exististe del modo en que los hombres esperan que existan las mujeres que los salvan. Tal vez fuiste una ilusión parida por la nostalgia, o un espejismo en la plaza polvorienta de un pueblo donde el tiempo huele a plátano maduro y a cartas nunca enviadas. Pero en medio del desfile de mujeres que cruzaron mi historia como trenes que no se detienen, siempre supe que no eras ninguna de ellas.
 Eras la que faltaba. Eras el hueco. Eras la ausencia que daba sentido al resto.

Te busqué como el aire busca al viento cuando se cansa de estar quieto. Como el agua que anhela volver a ser lluvia para caer una vez más en la tierra que la parió. Como el sueño que no se resigna a dormirse sin haber soñado antes. Como la noche que no sabe ser noche
 sin la promesa de un día.

Pero los designios del destino —ese viejo canalla que juega a los dados con Dios— no quisieron que nuestras sombras se rozaran en alguna esquina de París o bajo la ceiba milenaria Roma. No hubo cruce de caminos ni señales en las estrellas. Sólo hubo este seguir sin ti, este arrastrar tu nombre como un rezo que nadie enseñó, pero que todos pronuncian cuando están solos.

Y así, sin haberte conocido, te amé. Te amé con la terquedad con que se ama lo que nunca se toca. Te amé como se ama a los muertos: sin esperanza, pero con fidelidad. Te quise con la certeza de que en otra vida, tal vez menos rota, tú y yo nos habríamos amado sin preguntas ni respuestas.

Hasta siempre, amor mío.
Hasta donde vayas sin mí.
Pero llévate esto contigo:
aunque nunca fuiste real,
yo siempre fui tuyo. 
Eloy Peña.

martes, 13 de mayo de 2025

ELOY PEÑA RICO EN UN MARTES TRECE...,.


CINCUENTA Y SEIS

Amanecía con un sol melancólico, de esos que parecen arrastrar siglos de silencios detrás de cada rayo. Yo, como todos los días desde que la soledad se instaló a vivir conmigo en el piso del barrio San Judas TBO, salí a la terraza a fumar el primer porro del día bajo en nicotina, todavía en pijama, con el alma húmeda de sueños mal cerrados.

Fue entonces cuando las vi.
Colgaban con una gravedad ceremoniosa del alambre oxidado, moviéndose apenas con la brisa tibia del Caribe, como si flotaran en un trance, suspendidas entre el olvido y la revelación. Eran unas bragas rojas, húmedas aún, con ese rojo intenso que sólo he visto en los pañuelos de los rojos anarquistas o en los atardeceres previos al desastre. Tenían la humildad de lo cotidiano, pero también el poder misterioso de los objetos destinados a cambiar el curso de una vida aún no vivida.

No eran simplemente bragas:
Eran una ofrenda.
Eran una promesa.
Eran el manifiesto de una mujer invisible que, sin proponérselo, había perturbado mi paz con la violencia suave del deseo.

Las imaginé pegadas a un cuerpo largo, de piernas torneadas por la genética o por los escalones de una casa antigua. Pensé en su dueña como en un personaje de las novelas que ya no escribo: sin rostro, pero con una historia trágica, tal vez huérfana de padre fusilado en la Guerra Civil, o descendiente de alguna mujer que murió esperando cartas de amor que nunca cruzaron el salado océano.

Con cada bocanada de humo, crecía mi delirio.
Pensaba en ella sin las bragas, cruzando el pasillo con la falda ligera, dejándose acariciar por el aire tibio de la mañana. Pensaba en la piel que las había tocado, en los muslos que habían abrazado, en la cadera que quizá danzaba al colgarlas sin pudor ante la mirada inocente de los gorriones.

Las bragas no eran un simple objeto colgado en la cuerda, no.
Eran un espejo —sí, un espejo de fantasía masculina y nostalgia colonial—, bordadas con gasas como alas de mariposa, con puntillas que recordaban las mantillas de las viudas de pueblo, con un aroma imaginado a jabón de coco y perfume barato.

No veía su rostro.
No necesitaba verlo.
Bastaba con esas bragas para entender que la belleza, cuando es sugerida y no mostrada, se vuelve un espectáculo mayor que un amanecer en Benidorm, que un mar enloquecido en Cartagena, que el clímax de una sinfonía en Viena.

Porque hay quien admira un cuadro, y quien llora con un poema.
Pero yo, en aquel momento sagrado de la mañana, supe sin duda alguna que no hay mejor arte, ni mejor misterio, ni mejor promesa, que una braga bien puesta. De lejos o de cerca. En la cuerda o en la carne. Porque despierta no sólo la fantasía, sino la memoria de todos los amores posibles que no llegaron a ser.
Eloy Peña.

domingo, 11 de mayo de 2025

ELOY PEÑA RICO EN POEMA AL CAFÉ...,.

 

CINCUENTA Y CINCO

Antes de seguir caminando hacia el olvido o de detenernos en la esquina tibia del recuerdo —porque tú lo sabes y yo también, aunque no lo digamos nunca en voz alta—, te invito a un café. No es una invitación cualquiera, de esas que se disuelven con el vapor del día, sino una proposición ceremonial, como las que se hacían antes de cruzar un desierto o al despedirse antes de la guerra.

Un café. Aquí o allá.
En esta ciudad donde los relojes han olvidado dar la hora correcta, o en el más allá, donde las almas errantes tal vez necesiten compañía para no deshacerse del todo en el viento.
En París, donde el silencio
 pesa como una carta nunca enviada.
En Barcelona, donde las palabras flotan
 entre piedras antiguas.
En Nueva York, donde cada café parece sacado del sueño de un inmigrante.
O incluso en Pekín, donde cada sorbo,
 podría ser una plegaria.

Y si no queda otro remedio, que sea en el infierno —porque incluso allí, entre cenizas y condenados, un café contigo,
 sería un acto de redención.

Qué importa el lugar si en la taza hay calor y al frente estás tú, como en una aparición pactada por los dioses,
 menores del destino.
Solo, cortado, con leche; caliente como una promesa recién nacida o frío como las cartas que nunca llegaron.
Con azúcar o sin ella, como la vida misma.

Café. Cuatro letras que arden como un conjuro:

Caliente como los labios cuando mienten.

Amargo como la verdad dicha tarde.

Fuerte como una despedida.

Escaso como los besos que nos guardamos.

Como el amor que empieza sin permiso y el desamor que se queda sin avisar.
Como la ilusión que entra por la ventana mientras la desesperación,
 se cuela por la puerta.
Como el soñar profundo y el despertar sin ti.

Siempre cuatro letras —como si la existencia se tejiera en hebras de sílabas contadas:

Diosalmavidaamén,
lunaflorhoraaire,
dañohuirbesosexo...

Será, lo juro, sólo un café.
Pero uno que lleve en su aroma la nostalgia de los trenes que no tomamos y de las miradas que no sostuvimos el tiempo suficiente.

Quiero verte frente a mí, sin la interferencia metálica de los teléfonos ni los cortes de una señal que siempre falla en los momentos importantes.
Quiero oír tu voz,
 como era antes del ruido del mundo.
Ver si se asoma la risa o el llanto cuando tus ojos, tan tuyos y tan míos, encuentren los míos, ya cansados de esperar.

Y si eres de las que lo toman hirviendo, te ruego que esperes.
Que no te quemes los labios con la prisa, que no dejes cicatrices...
 que ningún olvido pueda curar.
Porque hay huellas que no se ven,
 pero laten bajo la piel.

Será sólo un café,
sin ataduras ni promesas, sin compromisos, sin juramentos de saliva que se evaporan
 antes de caer.

¡LO JURO!.

Un café que no pesa, que no se cobra.
Y si no puedes pagarlo, déjalo al debe,
que yo, como buen heredero de deudas viejas, 
sabré asumir la mía.

Porque tu vida —aunque no lo sepas—
 ha sido una deuda en mi alma,
una que adquirí cuando te vi por primera vez,
y quiero saldarla, aunque sea con este pequeño pacto de café.

No te hablo de lo que fue,
 ni de lo que pudo ser.
Te hablo de lo que es,
de este instante,
de esta taza que nos espera.

No te voy a llevar al río como el poema de antaño —aunque seas mozuela...
 y la noche sea propicia—
porque no quiero más promesas que esta:
que sea el último café.

Porque quizá no nos volvamos a ver,
y si eso ocurre, que al menos la última imagen que me lleve de ti
sea la de tu rostro al calor de la taza,
la de tu risa mezclándose
 con el aroma tostado del grano,
la de tu silencio diciendo más que todas las cartas que jamás escribimos.

El café estimula la mente,
despierta las almas dormidas,
y aunque no cura el amor,
sí lo vuelve más soportable.

Por eso, por este último deseo,
 te pido un café.
 Eloy Peña.

viernes, 9 de mayo de 2025

ELOY PEÑA RICO EN ILUSIÓN POR INTERNET...,.

 

 CINCUENTA Y CUATRO


Pasa, muchacha del aire

El reloj de la estación aún marcaba la hora equivocada desde hacía quince años, pero eso no impidió que ella llegara puntual, como si el tiempo le obedeciera. No traía equipaje, sólo una cartera brillante y el paso firme de quien no ha sido vencida por el desencanto.

 Golpeó la puerta tres veces con los nudillos de marfil, y él, que llevaba horas esperándola sin esperanza, le abrió como si se tratara de una aparición.

—Pasa, muchacha —dijo—. No te quedes fuera. La noche está fría y los fantasmas rondan.

La casa olía a eucalipto seco, a papel viejo, a café rehecho de la mañana anterior. Era un lugar donde el tiempo se había asentado en los muebles como polvo que nadie se atreve a limpiar por miedo a borrar los recuerdos. Ella cruzó el umbral sin descalzarse, con la solemnidad de quien pisa un templo.

Él la miró con una mezcla de asombro y ternura. Era más alta de lo que imaginaba, más guapa también, con ese aire formal que no se anuncia en los mensajes de Internet.

—No pensé que vendrías —confesó él, acomodando la silla más firme para ella—. Pensé que todo era una broma de esas que se hacen por la red.

—Yo no bromeo —dijo ella, sin sonreír.

—¿Qué tomas? —preguntó él, como un camarero de otro siglo—. Tengo Coca-Cola sin gas, ron con historia, whisky con pena, cerveza tibia, café fuerte, o agua que ha esperado contigo.

Ella lo miró en silencio. No bebía. No fumaba. No sonreía. Venía por algo que no se puede servir en vasos de vidrio ni se compra en licorerías baratas.

—¿Tú hablabas de amor? —dijo él, casi como si preguntara por una enfermedad extinta—. ¿Qué es amor ahora? ¿Un nuevo trago de moda?

Ella no respondió. Había oído muchas definiciones, pero ninguna tan cínica. Entonces él, con la voz un poco temblorosa, como quien toca una herida abierta con la punta de los dedos, continuó:

—Si hablas del amor breve, del que se escurre como agua entre las sábanas, hace años que no lo práctico. Si hablas del otro, del que se queda, del que envejece contigo, aunque no se lave los dientes, ese... ese lo gasté con la mujer que me olvidó en una estación parecida a ésta.

Ella bajó la mirada.

—Me queda poco para dar —dijo él—. Tengo historias que no interesan a nadie, compañía sin promesas, amistad sin piel. No tengo besos, ni abrazos, ni ganas. Ya no soy de carne. Soy un recuerdo que respira.

—Y sin embargo, hablabas tan dulce en los mensajes...

—Porque por Internet uno es lo que quiere ser, no lo que es. Allí todavía soy joven, próspero, encantador. Aquí soy lo que queda.

Ella se levantó como si un viento la empujara.

—Ahora hablas de dinero —dijo él—. Eso no lo mencionaste antes. Si lo hubieras hecho, no habría preparado este lugar como se adorna una tumba. Yo no vendo ilusiones, muchacha. Sólo sirvo soledad.

Ella entendió. Guardó su voz en el bolso y caminó hacia la puerta.

—Espera —dijo él, hurgando en el bolsillo del chaleco—. No quiero que te vayas con las manos vacías. Toma esto.

Era una moneda antigua, de oro puro, del año en que nació la mentira. Se la entregó con solemnidad.

—Dicen que vale mucho —explicó—. Pero no lo sabrás hasta que la pierdas. Yo la he guardado toda mi vida. Hoy dejo de necesitarla.

Ella no dijo nada. Salió como vino: sin ruido, sin promesas, sin futuro.

Y él se quedó allí, sólo, en la casa donde ni los relojes se atreven ya a seguir andando.

Eloy Peña.

jueves, 1 de mayo de 2025

ELOY PEÑA RICO AL PEDO...,.

 

CINCUENTA Y TRES

Fue hace unos días, aunque los días, cuando uno tiene la conciencia enredada con el pasado, no se cuentan como en el calendario. Era de tarde, o quizá de noche, en una casa adornada con lámparas que no daban luz, cuadros torcidos de paisajes que nadie había visto y un perfume a rosas plásticas que ofendía hasta a las flores verdaderas. Los anfitriones, una pareja más preocupada por el protocolo que por la vida, me habían invitado sin mucha gana y yo había aceptado con menos entusiasmo todavía, por aquello de no dejar pasar la ocasión de sentirme menos solo, aunque fuese por una noche.

La velada avanzaba como avanzan las procesiones aburridas: lenta, repetitiva, llena de silencios incómodos y sonrisas prestadas. Yo me refugiaba en mi copa, vacía y llena a la vez, mientras el murmullo de conversaciones sin alma giraba a mi alrededor como una mosca que no encuentra salida. Fue entonces, entre una carcajada fingida y un sorbo distraído, cuando ocurrió: el pedo. Un sonido breve, pero no tanto; tímido, pero no lo suficiente. No fue una explosión, sino una rendición.

La anfitriona, mujer de estómago contenido y alma estrecha, me miró con la intensidad de quien descubre una herejía. —¡No te da vergüenza! —exclamó, como si hubiese invocado al demonio en su sala. Y yo, con el pudor aún buscando refugio entre las costillas, le pregunté con voz de niño regañado: —¿Tú nunca te tiras pedos? Ella, erguida como estatua, respondió con una solemnidad que no merecía la ocasión: —¡No! A mí se me caen.

Volví a casa como vuelven los soldados vencidos: en silencio, con la dignidad arrugada en el bolsillo del pantalón y un par de copas habitando la lengua. Puse música que ya nadie escucha, me dejé caer en el sillón heredado de mi padre —que cruje como si él aún respirara en sus resortes—, y abrí una botella de J.B, sin hielo, porque el hielo es para los que aún tienen la esperanza de que algo se enfríe en su vida.

Encendí un cigarro, que sabía más a recuerdo que a tabaco, y me pregunté, con la melancolía entibiándome la voz:

 ¿Por qué se me escapó el pedo?

Y entonces, como quien toca una tecla equivocada en un viejo piano, se me desató una sinfonía de cosas que también se habían escapado.

Se me escapó la niñez, con sus medias rotas, sus zapatos sin cordones y su olor a tierra húmeda después de la lluvia. Se me escaparon los primeros amores, que eran todos el mismo disfraz con distinto perfume. Se escaparon los besos robados, los abrazos dados, y también los no dados por miedo o por orgullo.

La juventud, con sus promesas infladas y sus resacas inolvidables, también se me escurrió entre los dedos. Se me fue el primer sueldo, el primer trabajo que soñé eterno, las primeras veces de todo lo que ya no recuerdo con exactitud. Se me escaparon alegrías tan grandes que no cabían en los bolsillos, y tristezas tan densas que aún pesan en los párpados cuando llueve.

Los amigos del ayer, los que firmaban los cuadernos al final del curso con promesas de nunca olvidarse, también se escaparon. Se me fueron los vecinos que sabían mi nombre, los familiares que llenaban la mesa, las oportunidades que rechacé sin saber que no volverían. Se me fue el coche que adoraba y que odié, la casa donde nací, la que olía a sopa, a domingo, a madre viva.

Se me escaparon los trajes de las bodas, las corbatas de los entierros, los relojes que nunca marcaron la hora justa. Se me fue la timidez y, con ella, la posibilidad de ciertas historias. Se me escapó la noche de los bares, el ruido de los cabarets donde alguna vez soñé que era deseado. Se me escapó el viajar por placer, el comer sin culpa, el dormir sin pensar en el mañana.

Se me escapan las alarmas, los horarios, las fiestas que ya no celebro. Se me fueron muchas navidades llenas de ilusiones prestadas, muchos proyectos sin terminar, muchos engaños vestidos de democracia. Perdí la fe en los políticos, en los jueces, en los curas de sotana limpia y conciencia sucia.

Se me está escapando todo, incluso el tiempo, que antes corría y ahora simplemente cae, como una hoja seca. Se me escapan la memoria, los recuerdos, la capacidad de perdonar sin esfuerzo. Se me escapan los dientes, el pelo, la risa sin filtro. Se me escapa la paciencia, la bondad, el respeto que antes creía natural.

Y sin embargo, hay algo que no se ha escapado. Los que me quieren. Los que quiero. Esos siguen aquí, a pesar de todo. Con ellos, el alma aún encuentra dónde sentarse a descansar.

Entonces apagué el cigarro, miré la luna que colgaba torpemente del cielo como un farol olvidado, y me dije:

 ¿...Qué importa el pedo escapado,

. si ya se me ha escapado casi todo...?

Eloy Peña.