CINCUENTA Y SIETE
Hubiese bastado una mirada tuya en una tarde sin tiempo para que todo mi pasado se justificara, como se justifican las estaciones en Benidorm sin necesidad de relojes ni calendarios. Una sola cosa, apenas una, habría querido yo de esta vida prestada:
haberte conocido.
Ahora que los almanaques amarillean en las paredes, y los relojes parecen dar vueltas hacia atrás, como si quisieran remediar lo irremediable, no me queda más remedio que rendirme. No ante el olvido, porque el olvido no se atreve conmigo, sino ante la certeza de que en esta vida, tú y yo fuimos apenas dos puntos cardinales
destinados a no cruzarse nunca.
Nunca supe —ni sabré— si alguna vez exististe del modo en que los hombres esperan que existan las mujeres que los salvan. Tal vez fuiste una ilusión parida por la nostalgia, o un espejismo en la plaza polvorienta de un pueblo donde el tiempo huele a plátano maduro y a cartas nunca enviadas. Pero en medio del desfile de mujeres que cruzaron mi historia como trenes que no se detienen, siempre supe que no eras ninguna de ellas.
Eras la que faltaba. Eras el hueco. Eras la ausencia que daba sentido al resto.
Te busqué como el aire busca al viento cuando se cansa de estar quieto. Como el agua que anhela volver a ser lluvia para caer una vez más en la tierra que la parió. Como el sueño que no se resigna a dormirse sin haber soñado antes. Como la noche que no sabe ser noche
sin la promesa de un día.
Pero los designios del destino —ese viejo canalla que juega a los dados con Dios— no quisieron que nuestras sombras se rozaran en alguna esquina de París o bajo la ceiba milenaria Roma. No hubo cruce de caminos ni señales en las estrellas. Sólo hubo este seguir sin ti, este arrastrar tu nombre como un rezo que nadie enseñó, pero que todos pronuncian cuando están solos.
Y así, sin haberte conocido, te amé. Te amé con la terquedad con que se ama lo que nunca se toca. Te amé como se ama a los muertos: sin esperanza, pero con fidelidad. Te quise con la certeza de que en otra vida, tal vez menos rota, tú y yo nos habríamos amado sin preguntas ni respuestas.
Hasta siempre, amor mío.
Hasta donde vayas sin mí.
Pero llévate esto contigo:
aunque nunca fuiste real,
yo siempre fui tuyo.
Eloy Peña.