jueves, 1 de mayo de 2025

ELOY PEÑA RICO AL PEDO...,.

 

CINCUENTA Y TRES

Fue hace unos días, aunque los días, cuando uno tiene la conciencia enredada con el pasado, no se cuentan como en el calendario. Era de tarde, o quizá de noche, en una casa adornada con lámparas que no daban luz, cuadros torcidos de paisajes que nadie había visto y un perfume a rosas plásticas que ofendía hasta a las flores verdaderas. Los anfitriones, una pareja más preocupada por el protocolo que por la vida, me habían invitado sin mucha gana y yo había aceptado con menos entusiasmo todavía, por aquello de no dejar pasar la ocasión de sentirme menos solo, aunque fuese por una noche.

La velada avanzaba como avanzan las procesiones aburridas: lenta, repetitiva, llena de silencios incómodos y sonrisas prestadas. Yo me refugiaba en mi copa, vacía y llena a la vez, mientras el murmullo de conversaciones sin alma giraba a mi alrededor como una mosca que no encuentra salida. Fue entonces, entre una carcajada fingida y un sorbo distraído, cuando ocurrió: el pedo. Un sonido breve, pero no tanto; tímido, pero no lo suficiente. No fue una explosión, sino una rendición.

La anfitriona, mujer de estómago contenido y alma estrecha, me miró con la intensidad de quien descubre una herejía. —¡No te da vergüenza! —exclamó, como si hubiese invocado al demonio en su sala. Y yo, con el pudor aún buscando refugio entre las costillas, le pregunté con voz de niño regañado: —¿Tú nunca te tiras pedos? Ella, erguida como estatua, respondió con una solemnidad que no merecía la ocasión: —¡No! A mí se me caen.

Volví a casa como vuelven los soldados vencidos: en silencio, con la dignidad arrugada en el bolsillo del pantalón y un par de copas habitando la lengua. Puse música que ya nadie escucha, me dejé caer en el sillón heredado de mi padre —que cruje como si él aún respirara en sus resortes—, y abrí una botella de J.B, sin hielo, porque el hielo es para los que aún tienen la esperanza de que algo se enfríe en su vida.

Encendí un cigarro, que sabía más a recuerdo que a tabaco, y me pregunté, con la melancolía entibiándome la voz:

 ¿Por qué se me escapó el pedo?

Y entonces, como quien toca una tecla equivocada en un viejo piano, se me desató una sinfonía de cosas que también se habían escapado.

Se me escapó la niñez, con sus medias rotas, sus zapatos sin cordones y su olor a tierra húmeda después de la lluvia. Se me escaparon los primeros amores, que eran todos el mismo disfraz con distinto perfume. Se escaparon los besos robados, los abrazos dados, y también los no dados por miedo o por orgullo.

La juventud, con sus promesas infladas y sus resacas inolvidables, también se me escurrió entre los dedos. Se me fue el primer sueldo, el primer trabajo que soñé eterno, las primeras veces de todo lo que ya no recuerdo con exactitud. Se me escaparon alegrías tan grandes que no cabían en los bolsillos, y tristezas tan densas que aún pesan en los párpados cuando llueve.

Los amigos del ayer, los que firmaban los cuadernos al final del curso con promesas de nunca olvidarse, también se escaparon. Se me fueron los vecinos que sabían mi nombre, los familiares que llenaban la mesa, las oportunidades que rechacé sin saber que no volverían. Se me fue el coche que adoraba y que odié, la casa donde nací, la que olía a sopa, a domingo, a madre viva.

Se me escaparon los trajes de las bodas, las corbatas de los entierros, los relojes que nunca marcaron la hora justa. Se me fue la timidez y, con ella, la posibilidad de ciertas historias. Se me escapó la noche de los bares, el ruido de los cabarets donde alguna vez soñé que era deseado. Se me escapó el viajar por placer, el comer sin culpa, el dormir sin pensar en el mañana.

Se me escapan las alarmas, los horarios, las fiestas que ya no celebro. Se me fueron muchas navidades llenas de ilusiones prestadas, muchos proyectos sin terminar, muchos engaños vestidos de democracia. Perdí la fe en los políticos, en los jueces, en los curas de sotana limpia y conciencia sucia.

Se me está escapando todo, incluso el tiempo, que antes corría y ahora simplemente cae, como una hoja seca. Se me escapan la memoria, los recuerdos, la capacidad de perdonar sin esfuerzo. Se me escapan los dientes, el pelo, la risa sin filtro. Se me escapa la paciencia, la bondad, el respeto que antes creía natural.

Y sin embargo, hay algo que no se ha escapado. Los que me quieren. Los que quiero. Esos siguen aquí, a pesar de todo. Con ellos, el alma aún encuentra dónde sentarse a descansar.

Entonces apagué el cigarro, miré la luna que colgaba torpemente del cielo como un farol olvidado, y me dije:

 ¿...Qué importa el pedo escapado,

. si ya se me ha escapado casi todo...?

Eloy Peña.